Según parece, después de la caca, un bebé travieso llamado Oliver se arrastró hasta la cocina mientras su madre estaba ocupada cocinando. Oliver tenía fascinación por las ollas y el papel, y no pudo resistirse a explorar los tesoros del barco.
Mientras exploraba, Oliver encontró una olla grande que era justo de su tamaño. Decidió intentarlo y se arrastró hacia adentro, riéndose todo el tiempo. Lo que no sabía era que su madre apareció justo a tiempo para ver a su bebé desaparecer en la olla.
Ella jadeó de sorpresa y rápidamente corrió hacia ella, mirando hacia la olla para encontrar a Oliver sentado adentro, luciendo como si acabara de descubrir un escondite secreto. Su madre se echó a reír, capaz de resistir la adorable vista.
Ella exclamó: “Bueno, Oliver, siempre supe que estabas destinado a la grandeza, ¡pero nunca imaginé que te convertirías en un explorador barrigón!”
Oliver se agarró de oreja a oreja, encantado por su propia pequeña aventura. A partir de ese día, cada vez que veía una olla, le daba una mirada traviesa, como si estuviera planeando su próxima escapada.
Y así nació la leyenda de Oliver, el explorador barrigón, brindando alegría y risas infinitas a su familia y amigos cada vez que compartían la historia del curioso bebé que encontró su propia olla de oro.