z14-8 Hay una razón por la que los llamamos ángeles, porque parecen poseer un tipo de belleza etérea que trasciende lo físico. No son solo sus rasgos delicados o su cabello suelto, aunque esos son ciertamente parte del encanto. Es algo más profundo, algo que habla de nuestra principal necesidad de cultivar y proteger. Vemos en sus ojos de océano un reflejo de nuestro propio océano perdido, un recordatorio de la alegría pura que existe en el mundo.
Los bebés también son maestros de la comunicación verbal. Sonríen, arrullan y se ríen, expresando emociones con tal claridad y sinceridad que es imposible no sentirse atraído. Ellos también lloran, por supuesto, pero incluso sus lágrimas tienen una cierta dulzura, una vulnerabilidad que nos hace querer abrazarlos y ahuyentar su malestar.
Y además está la forma en que se mueven. Sus extremidades se agitan con abatimiento, sus cuerpos se contraen hasta adoptar formas imposibles y, sin embargo, hay gracia en todo ello. Todavía no han aprendido las restricciones sociales del movimiento, por lo que se mueven libre y atéticamente, una alegre celebración de estar vivos.